Conseguir el todo o la nada
Por Javier Sastre, Socio‐director de Sastre & Asociados
Publicado por anarubio
lunes, 21 de junio de 2010 a las 00:00
Tengo la impresión de que aún muchas empresas e individuos no han caído en la cuenta de la importancia que tiene la formación. La competitividad de las empresas, al menos la de los llamados países desarrollados, depende más que nunca del talento de las personas que trabajan en ella.
Y bajo mi punto de vista el talento es una combinación de:
Conocimientos aplicables a nuestro ámbito profesional, que se obtienen con la formación. Y que es necesario reciclar porque se van quedando obsoletos.
Aptitudes, habilidades o saber‐hacer: idiomas, capacidad de negociación, venta, comunicación verbal y escrita, relaciones sociales, presentaciones en público, capacidad de análisis y síntesis, aprendizaje, iniciativa…
Todas ellas, una mezcla de lo que traemos de fábrica al nacer, de la formación que recibimos y de la experiencia que acumulamos. Lo bueno de las habilidades, es que una vez adquiridas, no se pierden. Podríamos decir que el conocimiento hoy se vuelve obsoleto mucho antes que las habilidades.
Actitudes: positivas, negativas, neutras. Una cuestión de motivación relacionada con nuestra implicación con el proyecto de empresa, con los superiores y con el equipo de colaboradores. Con nuestra profesionalidad, la vocación que tenemos hacia nuestro trabajo y la pasión que este nos inspira.
TALENTO EMPRESARIAL = CONOCIMIENTOS + HABILIDADES + ACTITUDES
Esa masa de talento que manejan las empresas debe estar permanentemente creciendo, desarrollándose y compartiéndose. Y adaptándose a las necesidades que tiene la propia empresa para su evolución y a las soluciones que demanda el mercado.
Muchas empresas siguen viendo la formación como algo secundario: se hace si se puede, si hay tiempo, si tenemos presupuesto… si hay subvenciones. Eso sí, fuera del horario laboral (¡¡cómo si no fuera algo esencial para ese trabajo!!). Y en muchas ocasiones a costa del bolsillo del propio empleado.
Recuerdo muchas cosas que mi padre me ha contado acerca de la IBM “dorada” en España (años 60‐70), para la que trabajó más de 30 años y de la que aún, estando jubilado, es uno de sus más firmes defensores.
Pero recuerdo especialmente una: a todos los empleados, al hacer la evaluación anual de su trabajo con su superior a final de año, se les proponían una serie de acciones de formación (que no bajaban de los ¡30 días anuales!), en función de las carencias detectadas de común acuerdo o de los planes de desarrollo profesional dentro de la empresa.
Pues bien, esas agendas de formación, programadas a principios de año, no se las podía saltar nadie bajo ningún concepto, ni siquiera por una reunión imprevista con el mejor cliente con el que estaban a punto de cerrar un contrato fabuloso. Si existía una caso de fuerza mayor (algún problema familiar o similar), debía ser autorizada la ausencia por un ejecutivo de alto rango: ¡el propio presidente de IBM España para los responsables de las unidades de negocio!
Esto dice mucho de forma implícita: IBM era absolutamente estricta en esto pero no lo hacía solo por el bien de sus empleados, que también (era obsesiva la idea de que estos se encontraran bien, y no solo ellos, también sus familias), sino por el propio interés de disponer siempre de los profesionales mejor formados. Si a esto se añade que los factores de motivación de estos profesionales estaban excelentemente cubiertos, teníamos el resultado de un enorme caudal de talento en circulación.
Hablamos de hace más de 40 años, ¿cuánto más van a tardar en darse cuenta de esto algunos empresarios? Estamos en el siglo XXI y hoy las personas no son carne de cañón sustituible sino las armas más poderosas con las que cuenta cualquier organización, siempre que estén bien formadas y motivadas: pueden hacer el todo o la nada de ellas.
No todas las empresas con talento van a tener un éxito descollante (hay otros condicionantes, como la organización de ese talento o el modelo de negocio que se persigue), pero ninguna de las empresas que lo tienen carece de él.
JAVIER SASTRE
Javier Sastre es Socio Director de Sastre & Asociados, una consultoría de dirección de empresas especializada en las áreas de innovación, estrategia y marketing-ventas. Es Economista y master en alta dirección de empresas internacionales (Esade) y ha sido Director de oficina de Banesto S.A. y de Banco de Valencia S.A. y Director General Adjunto de HODEMA S.A. Además, Javier imparte cursos de formación y seminarios a empresas sobre estrategia, marketing, ventas, creatividad, innovación y ha publicado decenas de artículos sobre marketing, estrategia e innovación en revistas nacionales e internacionales y en prensa diaria.
21/06/2010 00:00 | anarubio